
A Filippa, que me regaló tantas tardes de luz...
Tristes tardes de verano,
lenguas frías,
ya no hay narices húmedas
en esta mano que ya no es mía.
Tristes muros,
inquebrantables papiros
que guardarán tu memoria
tristes, tristes.
La casa triste
como un faro apedreado
por la suerte del olvido;
tristes platos vacíos
dilatados de ausencia,
de verse tristes en tristes redes.
Triste muerte, muerte triste,
sin nombre, ni cara
a la cuál reclamar tu partida.
Tristes dioses,
que ahora dicen del otro lado
-has llegado de muy lejos
y te ves cansada,
anda, tráeme esa correa
nueva amiga
¿a dónde quieres que vayamos?-
Triste tiempo, tiempos tristes,
que dejan los cadáveres
al lado del camino,
que convierten la memoria en una esponja
que absorbe el dolor de aquellos días aciagos,
de mi perro triste,
de su triste muerte.
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