Triste casa, tristes ojos, tristes tiempos sin narices húmedas, ni rehiletes de bienvenida. Los lugares donde dormía mi perra todo el día, se han vuelto minas de guerra.
Habremos de tener cuidado Doña Guille y este, su hijo, para no pisarlas, no sea que la tristeza nos explote de pronto y la sala se nos vuelva un purgatorio.
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