Capítulo antecedente del atentado
“El poder es una relación desigual de fuerzas, es en la resistencia que ambas fuerzas se encuentran en una relación de interioridad por parte de los sujetos sometidos o dominados. La forma más acabada de poder, radica en la conducción –conducir quiere decir gobernar- de las conductas, ya sea de individuos o de instituciones.”
Michel Foucault.
Mi tía Cristina, (que era una mujer muy sabia a pesar de su arraigado catolicismo), siempre decía que el poder cambiaba a los hombres y les develaba un rostro oscuro.
La mañana en que George Bush anunció tajante en conferencia de prensa, que las tropas de Estados Unidos no saldrían de Irak como estaba previsto en ese año, mi tía y yo estábamos sentados en el comedor de su casa desayunando. Al escuchar el informe, quitándose los anteojos de forma muy indignada me dijo -en nombre de la democracia y la libertad, el ser humano está dispuesto a cometer todo tipo de actos aborrecibles, todo con tal de satisfacer a sus dioses-.
Yo ya había entendido que la modernidad y el capitalismo nos habían develado un nuevo dios, el dinero, capaz de reducir todo a un precio, todo a un consumo, y el amor no escapaba de ello.
Por aquellos meses de primavera fui entendiendo la naturaleza del poder. Cada vez se me hacía más necesario estar con Nadia, pero también debo confesar que cada vez que era menos placentera su compañía.
Continuamente pensaba en algún pretexto para salir con ella. No la quería lejos de mí. Necesitaba tenerla a la vista y esque sinceramente no confiaba en ella. Cuando llamaba a su casa y me decían que no estaba, un torrente de imágenes se me venía a la mente. ¿Con quién estaría, en dónde estaría, qué estaría haciendo?
Necesitaba poseer a Nadia, su cuerpo, lo quería para mí.
Yo era conciente que había caído en el deseo de consumirla, mi amor por ella exigía un pago, su monopolización.
Por eso me era cada vez más necesaria su compañía (al igual que a ella la mía), pero también menos placentera. Quería esclavizar a Nadia, quería someterla a mi voluntad, pero ella no lo permitía. Esa mujer también tenía la necesidad de jugar el tablero.
Ambos teníamos la necesidad de ejercer una forma de poder sobre la otra parte y lo peor es que ese poder comenzaba a develarnos un rostro oscuro.
Nadia era una mujer que amaba su libertad y se defendería contra toda forma de imposición, sobre todo amorosa. Antes que someterse, lucharía hasta la muerte y esque su idea de relación no la compartía.
Nuestro amor era como una red que buscaba atrapar al otro, pero que al mismo tiempo nos esclavizaba. Yo no buscaba entonces protegerla, en el fondo quería protegerme de mí mismo. Entonces ¿quién estaba siendo conquistado por quién, cuáles serían las consecuencias de esta guerra de cuerpos, territorios y deseos?
Por lo mientras, en lo que el tiempo iba tejiendo las batallas, todas la mañanas me enteraba de atentados de irakíes contra soldados estadounidenses.
Mi tía Cristina, (que era una mujer muy sabia a pesar de su arraigado catolicismo), siempre decía que el poder cambiaba a los hombres y les develaba un rostro oscuro.
La mañana en que George Bush anunció tajante en conferencia de prensa, que las tropas de Estados Unidos no saldrían de Irak como estaba previsto en ese año, mi tía y yo estábamos sentados en el comedor de su casa desayunando. Al escuchar el informe, quitándose los anteojos de forma muy indignada me dijo -en nombre de la democracia y la libertad, el ser humano está dispuesto a cometer todo tipo de actos aborrecibles, todo con tal de satisfacer a sus dioses-.
Yo ya había entendido que la modernidad y el capitalismo nos habían develado un nuevo dios, el dinero, capaz de reducir todo a un precio, todo a un consumo, y el amor no escapaba de ello.
Por aquellos meses de primavera fui entendiendo la naturaleza del poder. Cada vez se me hacía más necesario estar con Nadia, pero también debo confesar que cada vez que era menos placentera su compañía.
Continuamente pensaba en algún pretexto para salir con ella. No la quería lejos de mí. Necesitaba tenerla a la vista y esque sinceramente no confiaba en ella. Cuando llamaba a su casa y me decían que no estaba, un torrente de imágenes se me venía a la mente. ¿Con quién estaría, en dónde estaría, qué estaría haciendo?
Necesitaba poseer a Nadia, su cuerpo, lo quería para mí.
Yo era conciente que había caído en el deseo de consumirla, mi amor por ella exigía un pago, su monopolización.
Por eso me era cada vez más necesaria su compañía (al igual que a ella la mía), pero también menos placentera. Quería esclavizar a Nadia, quería someterla a mi voluntad, pero ella no lo permitía. Esa mujer también tenía la necesidad de jugar el tablero.
Ambos teníamos la necesidad de ejercer una forma de poder sobre la otra parte y lo peor es que ese poder comenzaba a develarnos un rostro oscuro.
Nadia era una mujer que amaba su libertad y se defendería contra toda forma de imposición, sobre todo amorosa. Antes que someterse, lucharía hasta la muerte y esque su idea de relación no la compartía.
Nuestro amor era como una red que buscaba atrapar al otro, pero que al mismo tiempo nos esclavizaba. Yo no buscaba entonces protegerla, en el fondo quería protegerme de mí mismo. Entonces ¿quién estaba siendo conquistado por quién, cuáles serían las consecuencias de esta guerra de cuerpos, territorios y deseos?
Por lo mientras, en lo que el tiempo iba tejiendo las batallas, todas la mañanas me enteraba de atentados de irakíes contra soldados estadounidenses.
Todo estaba en función del poder y ninguna parte estaba dispuesta a ceder un milímetro, antes que decir basta, era preferible la autodestrucción.
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