ha de ser prodigioso,
ha de sangrar palabras de las hojas
y ha de reventar los tímpanos con su grito sordo.
Este amor que se nos derrama de las palmas,
ha de caminar sonámbulo por las calles de la ciudad, resucitando muertos,
visitando salas de cine y escribiendo poesía en las alcantarillas.
Este amor profeta
ha de ser también lascivo,
ha de secarnos los lagrimales
y habrá de extirparnos los buenos días por las mañanas.
Ha de ser terco, cínico y sádico;
este amor que no es ni tuyo ni mió, sino de los dos,
ha de ser esperanza y temor al mismo tiempo, o no será.
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