Su nariz se clava en mi cuello y respira de mí, de mi traquea, de mi cuerda y de mi diafragma. Su piel desaparece y se vuelve líquida a medida que su respiración se torna cabalgante.
Yo me concentro en aquél haz de luz que brota de mi plexo solar. Afuera, los autos se duermen y los perros guardan el luto por la noche. Por las calles florecen residuos de luna y el universo hace cambio de horario, se detiene.
Miro el techo del cuarto, las ventanas observándonos, toda la mugre parece tan radiante. Yo sonrío y me abrazo de la sirena. Sus labios desparramados y su pelo en remolinos me dan la bienvenida.
Ella hace que duerme pero no apaga los ojos. Lo sabe, ningún hombre es suficiente para sus entrañas, todos son burdos, asquerosos y ordinarios, y es que la sirena está enamorada de dios.
Pero yo me aferro del angulo de su cintura. Ya sé que finge que está noche me ama. Pero no entiendo, yo estoy ciego, estoy sordo y además loco. Mañana su lengua que me enciende andará por el vértigo de la mentira, y yo estaré esperando y esperando.
Las sirenas no son de nadie.
1 comentarios:
No haré caso de los acentos perdidos porque todo lo demás es una joya. de verdad, que gusto, que placer leer así, qué pena que tú tengas que sufrir para que eso pase.
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