Verter el olvido y exponerlo a la muerte.
Algunas pizcas de esta sal del remedio cristalino bastarán para sazonarle, agregar el grupo de constelaciones que tanto masticabas con los ojos y un diente de ajo de aquel diploma de tu aroma en las cordilleras de las madrugadas.
Cortar dos hojas de parra del jardín los recuerdos y rociar la masa negra. Verter sobre las camas un aceite fino que guarde tus labios en las próximas tardes primaveras.
Ponerlo todo en licuadora, todo puesto a triturarse como el tiempo. Todo puesto para cocinar los restos de tu civilización, el milagro de tu ausencia.
-¿Por qué?- preguntarás; -porque hoy las campanas doblan por ti– he de responderte.
En cada ventana de la urbe dejaré una tarta de esta tristeza para que todos la coman; la ciudad entera probará lo que es amarte y no tenerte; probarán de mi amargura la demagogia de tu abandono, la insatisfacción de la distancia.
Todos sabrán lo que es llorarte y aprisionarse en el olvido; y todos desearan –igual que yo en el sufrimiento- volver el tiempo e impedir tu rostro caminando por aquellas escaleras una tarde de marzo.
Entonces las campanas de la catedral tocarán 8 veces, cada toque por cada letra de tu nombre. Ese será el llamado; así comienzan las revoluciones.
Todos querrán odiarte, vomitarte por las venas de los ojos; escupir al fango cuando seas nombrada, acabar con tus cuarteles, destruir los libros que cuentan nuestra historia; maldecir aquellas canciones que tanto nos gustaban. Para matar el espíritu de una nación entera, es necesario prenderle fuego a cada símbolo de su memoria y levantar todas las banquetas en busca de los refugiados. Así hará.
La ciudad entera estará dispuesta a emprender mi causa y a morirse en el exilio de tus muslos; a gritar por las mañanas. Construirán nuevos rostros y nuevos templos con dioses viejos.
Todo será un ejército de mercenarios pasionales dispuestos a dejar la piel, los huesos, los músculos, los tendones, los nervios, la sangre, la saliva, los cabellos, las uñas, los pulmones y la frente para que abandones este sitio en que te contemplo todo el tiempo.
El dolor moverá al mundo, a nuestro mundo. Despojada de tus joyas y tus privilegios, me verás entre lobos, generales y chacales arrancar de la brisa los insomnios. Un aparato entero de represión y liderazgo será sustentado en la figura de este rostro agonizante que dejaste atrás por tus temores a quererme.
Tirano entre los tiranos, haré arder los cielos, los ríos, los parques y los cines; las esquinas de los enamorados y los templos de los desamparos. Figuras negras con espadas empuñadas y espinas en las manos, surcarán los valles en busca de traidores.
El viento soplará con la fuerza de los huracanes y el olor de las palabras de amor calcinadas se extenderá por cada cuadra de cada ciudad; esperando que descubras el aroma del exilio.
El planeta entero será envuelto por las llamas, por las epidemias, por la hambruna y la sequía. El sol quemará tanto, que los labios estarán partidos y las bocas habrán olvidado la tersura del beso. Los cíclopes serán abandonados en pantanos y los poetas condenados a la hoguera. El Edén agonizante mostrará al hombre el punto más oscuro del deseo.
Nunca en la historia un sitio había sido tan detestable y lleno de amargura, como en este llanto amoroso.
Profetas vendrán volando de tierras lejanas anunciando la esperanza y la gente sólo escuchará relámpagos saliendo de sus bocas.
El mundo tendrá el color de la lava y los hombres la mirada agonizante de un cordero herido.
Toda una obra digna de ser reclamada por tu nombre; la devastación del alma.
Entonces, cuando el último trozo de ti haya caído y tus monumentos pidan tregua; el mundo habrá sido destruido y por fin, por fin te habré olvidado.
Pintura: simbiosis de cuadros "Goya-Leal"
1 comentarios:
Entendí muy poco, o nada. Para ser abstractos se necesita primero ser concretos.
Explícamelo.
Iván.
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