despiertas enérgica, mi concupiscencia,
tus manos son mi cuna,
donde preciso aprisionar mi corazón,
y son mi lecho y son mi ruina,
porque te ansío de pronto, sin razón.
Tu voz es armonía de tonos celestiales
que resbala por mis oídos enajenados,
mientras brota de tu maravillosa boca;
unión absoluta de dos lunas menguantes.
Tu aroma es esencia de las mejores flores,
fragancia dominante, difícil de resistir.
Tu sonrisa es la inmensidad del cielo
y tus dientes nubes blancas que bordean;
y también es espejo de mil estrellas
abrazadas en una misma noche.
Tus ojos son la luna y el sol, profundos,
vislumbrados en el oleaje del mar.
Antes de ti, jamás contemple la belleza,
tienes mayor perfección que cualquier escultura
tallada por los grandes artistas.
Eres la figura perfecta de una diosa,
para ti los suspiros no son suficientes,
para halagarte, necesito de toda la poesía.
Tu cabello declina sobre tus lascivos hombros
hasta palpar tu delicada espalda,
y en ella nacen mis deseos más profanos.
Y no conozco aun ni un detalle de tu nombre,
ignoro que de cielo llegaste a mis sueños,
solo sé que amarraste mis ojos a tu presencia.
Me despojaste del alma sin saberlo,
solo fue suficiente un eventual encuentro,
y es que no pude resistir ser cautivo
de tu involuntaria forma de extasiar,
de tu cara, divina belleza que despunto
en este mundo para cegarme.
Carlos Nazario Mora Duro
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