No lo había oteado nunca, ni siquiera en uno de esos pensamientos ligeros que, ajenos a la voluntad, deambulan como satélites alrededor de la cabeza, flashes inescrupulosos, instantes místicos; acaso un pensamiento que de tan ocioso se resistía a la existencia.
Pudo habérsele ocurrido a cualquiera.
Charles salió un día de su casa con una empresa única en el mundo, cercana, quizá, a la de ciertos iluminados, de los cuales es merecido omitir el nombre en salvaguarda de su extendida popularidad. Se hizo de amigos, fieles comulgantes, y se dirigió con empeño a realizar su misión, salvaría a la humanidad.
Poco después, con las muñecas demasiado juntas, lo mismo que sus pies, abrazadas por un instrumento de metal barbárico, fue constreñido en su cuerpo y escoltado por indignados gendarmes a la exhibición y mella pública. Fue repudiado por sus ideales. Le quedaron su mente, su alma y su fe como refugio. Sólo había masacrado a una familia. Pudo habérsele ocurrido a cualquiera.
Iván Valdés.
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