un desierto de palabras malparidas?
Acaso en una noche en que tus manos
ayudan a un anciano a sentirse joven,
tu corazón encuentra el ritmo
zigzagueante de mi tabulador entintado
y en la danza de la diástole y la sístole
¿...sabrás que te espero?
Que puedo contagiarme de todas
las pandemias que han infestado
este mundo paralítico,
con tal de recaer en la cama
de hospital en que tu sonrisa
hace las tareas de una madre.
Que puedo colarme entre las persianas
de una tierra llamada pobreza
y hacer que mis costillas griten
melancolía capitalista,
para lograr de mi existencia
la más fragante de tus misericordias,
la más espontánea de tus lagrimas.
Y yo que te he matado con
el pobrearte de mi deseo,
te invito a esta tierra de anarquía,
desesperación y tristeza,
porque aquí es el escenario
del más puro de mis besos,
del más salado.
Pero no habites en este teatro
a pesar de mi esperanza,
yo no tengo más que tu sangre
para escribir sobre el mundo
y de esta manera hago
un camino más corto para
profanar el tranvía de tus sueños.
No te quedes con
una boca que no es tuya,
con el brazo que te arranque
para hacerlo mi guitarra.
No permanezcas
que yo te hablo de tragedia
para librarme del hechizo
onírico de tu boca.
Y después de todo,
las camas,
los enfermos, el triunfo de la muerte,
el cáncer del tiempo,
tus muertos y mis muertos
-los que nos amaron-
¿...sabrás que te espero?
Imagen: El triunfo de la muerte
Brueghel el Viejo
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