Por si de nuevo te roba una sonrísa...
Algunos timbres postales
son besos gráficos
y otros simplemente
lágrimas excursionistas.
Aún recuerdo aquel verano
adornado de cruces y Cristinas
en que las piernas me fallaban
e inevitablemente
buscaba el rastro
de sus tobillos
por la explanada
de mis deseos.
Pasaba horas contemplando
su pasarela
por todo el patio,
amándola en silencio
como un árbol que clava sus raíces
a la alfombra del mundo,
esperando ser visitado.
Si la suerte me sonreía
algunas veces interrumpía su paseo
para romper el aire
con un beso lejano
haciéndome la tarde
o crispaba los dedos
como un director de orquesta
saludando al más fiel de sus músicos.
Cristina me llevaba de la nariz
y yo me envolvía en mi sueño
de amor, política y arte.
Ese verano,
excusado en las tardes
pinceladas de risas,
me topé con una cascada
de espinas clavadas y cruces
de rostros ocultos
bajo rumores de fuego
y mercurio en las venas.
La canción que canta el rey David,
fue aquel día
un epitafio de utopías.
Baste decir
que escribí una carta,
baste decir,
que amaba
a Cristina.
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