Parecía todo una faramullada exigua e insana cuando Julio, mi amigo historiador me contó acerca de las estatuas ecuestres: Si el caballo de una estatua ecuestre tiene dos patas en el aire –me dijo- la persona murió en combate; si el caballo tiene una de las patas frontales en el aire, la persona murió de heridas recibidas en combate; si el caballo tiene las cuatro patas en el suelo, la persona murió de causas naturales.
Me decidí a matar todas las estatuas ecuestres del mundo, todas aquellas alegorías militares de poder y dominación; me pareció repugnante la idea de que se conmemorara en bronce y en hierro la dominación estratégica de ciertos hombres en la historia, porque si bien es cierto que jamás han existido mujeres a caballo, la idea de inmortalizar un hombre y su ruano raya en lo banal y en lo tiránico; talvez es por eso que los hombres decidieran hacer muestra de su poder mediante un efigie de tales formas: ¡El pueblo también va a caballo!
Estos centauros de lamina me miraban con fuerza, sus ojos estridentes mostraban la pedantería y aprensión de las décadas confinados a servir de portadores de polvo, lluvia y mierda de las aves que los merodeaban. En cierto sentido pensé que su muerte también sería su liberación.
Fundir su estructura resulto la mejor manera de aniquilarlos, para lo cual fue necesario unos pequeños gramos de agua solar que había recibido por regalo de la diosa Perséfone y que ella misma había robado de Hades. Con todo el calor incandescente del agua de sol en unos minutos las estatuas ecuestres fenecerían y se convertirían en las verdaderas nimiedades que siempre han sido.
A cada lugar al que visitaba o en el cual me instalaba por cierto periodo de tiempo siempre buscaba sus esculturas humanas-equinas para desaparecerlas, los periódicos de aquellos años mostraron alarma por la desaparición de sus grandes héroes a caballo, no comprendían que los verdaderos titanes caminaban por la tierra y seguían luchando por sobrevivir día a día.
Cierta vez, la figura de Marco Aurelio denostó mi sagrada tarea, me emplazo a desistir con el argumento de que las estatuas ecuestres sostenían el orden del mundo y que su desaparición implicaba el advenimiento del caos apocalíptico. Su defensa sofista no tuvo cabida en mi voluntad, sin embargo, su invitación a percibir su visión del mundo montado en su corcel de acero me llamo la atención.
Durante dos años yo estaría montado en su potro, mirando la escena del mundo como una unidad, no en trozos como hasta ahora lo había venido haciendo, en una percepción holística. En este lapso de dos años que sólo representaría el 0.2% de los casi 2 mil años que el había vivido, yo podía comprender la esencia y el orden del mundo.
De esta manera me transforme en el principal objeto de mi odio mundano, una estatua ecuestre. Los dos años han pasado y a pesar de que he podido regresar a mi forma humana, he decidido sostener mi armadura por más tiempo, cada vez más fundido con el metal, mi visión del mundo es panóptica.
Algunos vienen junto a mi y me miran sin saber siquiera quien soy, no les importa, les importa sólo la vida, los fragmentos de aquello a lo que nombran vida, sus reglas, sus angustias sus adicciones y sus alegrías. Las aves son más conscientes del curso del planeta, conocen el viento, viven en el viento, aprecian cada sensación del mundo como una unidad constante como un universo total reflejado en cada gramo de polvo que me asecha.
El orden del mundo nos es el orden de la humanidad, es la estructura del universo, el infinito caracol de energías, presencias y decisiones en las que nos imbuimos. Las preocupaciones y responsabilidades son banales, las estatuas ecuestres lo sabemos porque lo vemos todo el tiempo, si es que hay algo a que llamar tiempo.
Miro de nuevo retrospectivamente cuando decidí matar a todos los centauros de acero y descubro mi infinita misericordia por el mundo. Aquí estamos los visionarios de lamina, esperando que el universo se transforme y que la vida continué en unidad con el todo. He preferido el aprendizaje de la estática y la mirada constante que aquella experiencia de la llamada humanidad: Aún queda tanto por aprender.
Carlosdu
Estos centauros de lamina me miraban con fuerza, sus ojos estridentes mostraban la pedantería y aprensión de las décadas confinados a servir de portadores de polvo, lluvia y mierda de las aves que los merodeaban. En cierto sentido pensé que su muerte también sería su liberación.
Fundir su estructura resulto la mejor manera de aniquilarlos, para lo cual fue necesario unos pequeños gramos de agua solar que había recibido por regalo de la diosa Perséfone y que ella misma había robado de Hades. Con todo el calor incandescente del agua de sol en unos minutos las estatuas ecuestres fenecerían y se convertirían en las verdaderas nimiedades que siempre han sido.
A cada lugar al que visitaba o en el cual me instalaba por cierto periodo de tiempo siempre buscaba sus esculturas humanas-equinas para desaparecerlas, los periódicos de aquellos años mostraron alarma por la desaparición de sus grandes héroes a caballo, no comprendían que los verdaderos titanes caminaban por la tierra y seguían luchando por sobrevivir día a día.
Cierta vez, la figura de Marco Aurelio denostó mi sagrada tarea, me emplazo a desistir con el argumento de que las estatuas ecuestres sostenían el orden del mundo y que su desaparición implicaba el advenimiento del caos apocalíptico. Su defensa sofista no tuvo cabida en mi voluntad, sin embargo, su invitación a percibir su visión del mundo montado en su corcel de acero me llamo la atención.
Durante dos años yo estaría montado en su potro, mirando la escena del mundo como una unidad, no en trozos como hasta ahora lo había venido haciendo, en una percepción holística. En este lapso de dos años que sólo representaría el 0.2% de los casi 2 mil años que el había vivido, yo podía comprender la esencia y el orden del mundo.
De esta manera me transforme en el principal objeto de mi odio mundano, una estatua ecuestre. Los dos años han pasado y a pesar de que he podido regresar a mi forma humana, he decidido sostener mi armadura por más tiempo, cada vez más fundido con el metal, mi visión del mundo es panóptica.
Algunos vienen junto a mi y me miran sin saber siquiera quien soy, no les importa, les importa sólo la vida, los fragmentos de aquello a lo que nombran vida, sus reglas, sus angustias sus adicciones y sus alegrías. Las aves son más conscientes del curso del planeta, conocen el viento, viven en el viento, aprecian cada sensación del mundo como una unidad constante como un universo total reflejado en cada gramo de polvo que me asecha.
El orden del mundo nos es el orden de la humanidad, es la estructura del universo, el infinito caracol de energías, presencias y decisiones en las que nos imbuimos. Las preocupaciones y responsabilidades son banales, las estatuas ecuestres lo sabemos porque lo vemos todo el tiempo, si es que hay algo a que llamar tiempo.
Miro de nuevo retrospectivamente cuando decidí matar a todos los centauros de acero y descubro mi infinita misericordia por el mundo. Aquí estamos los visionarios de lamina, esperando que el universo se transforme y que la vida continué en unidad con el todo. He preferido el aprendizaje de la estática y la mirada constante que aquella experiencia de la llamada humanidad: Aún queda tanto por aprender.
Carlosdu
2 comentarios:
aca ahy pocas estuatas pero bueno es diferente el contexto te mando muchos saludos!!!
Carlosdu:
Un cuento fresco, lleno de símbolos. El dato de las estatuas ecuestres no lo conocía. Un cuento que tiene aportes por todos lados.
Me gustó mucho.
Sabes, el final me encantó:
"He preferido el aprendizaje de la estática y la mirada constante que aquella experiencia de la llamada humanidad: Aún queda tanto por aprender."
Si consigues la película "La puta y la ballena", que tiene que ver con ese final, se que te encantará.
Suerte y abrazos.
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