Porque no son ya mis labios
los que cambian de velocidad
en las curvas de tu cuerpo,
ni mis brazos los que te cabalgan
al establo de las primaveras;
las primaveras del teatro del cortejo,
de las ventanas empañadas,
de las pupilas dilatadas,
de las camas que ardían en brasas de sudor frío.
No te habrán de hacer de nuevo
los lienzos de mis días nublados,
crucifijos y poesías cada viernes santo;
aunque guardo entre mis apuntes,
la manzana de nuestra discordia,
por mirarnos hoy frente a frente
como en un tablero de ajedrez
y no declarar siquiera, más que tregua, un saludo.
Será porque los asuntos de los recuerdos,
(en este caso el tuyo),
son tan invernales,
que me he puesto a tapizar de tinta china
el muro de mis lamentos,
valiéndome de una hidalguía;
mirando como un burócrata
a la Dulcinea de mis utopías,
pero conservando mi locura.
Te aconsejo entonces,
¡reza!,
porque ahora no soy digno
de mantenerte en esta casa,
los que cambian de velocidad
en las curvas de tu cuerpo,
ni mis brazos los que te cabalgan
al establo de las primaveras;
las primaveras del teatro del cortejo,
de las ventanas empañadas,
de las pupilas dilatadas,
de las camas que ardían en brasas de sudor frío.
No te habrán de hacer de nuevo
los lienzos de mis días nublados,
crucifijos y poesías cada viernes santo;
aunque guardo entre mis apuntes,
la manzana de nuestra discordia,
por mirarnos hoy frente a frente
como en un tablero de ajedrez
y no declarar siquiera, más que tregua, un saludo.
Será porque los asuntos de los recuerdos,
(en este caso el tuyo),
son tan invernales,
que me he puesto a tapizar de tinta china
el muro de mis lamentos,
valiéndome de una hidalguía;
mirando como un burócrata
a la Dulcinea de mis utopías,
pero conservando mi locura.
Te aconsejo entonces,
¡reza!,
porque ahora no soy digno
de mantenerte en esta casa,
aunque una palabra tuya,
bastaría para sanarme,
de esta maldición…
llamada olvido.
bastaría para sanarme,
de esta maldición…
llamada olvido.
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