del río de tu casa,
de aquel dieciocho de julio,
de tu limpio nombre
convertido en eco.
Tan lejos de tu sangre,
de la saliva
que se fosilizó en mi boca
y del instante eterno
de aquel primer orgasmo.
Tener que olvidar,
dicen que todos
tendrán que olvidar,
abandonarse al tiempo
y confundir el oro
con la luz de los otoños.
Pero tú me haces tanta falta
para habitar el mundo
y hacer de la ciudad
un templo de vida.
Para levantar la voz
y decir
aquí estará nuestra cama
y allá cenaremos el cuerpo,
aquí dormirán nuestros sueños
y allá descansaremos
llenos de arrugas
junto al sol,
esperando a los nietos.
El mundo está enfermo,
agotado de tanta tristeza
y te has dedicado
(en tu ausencia)
a proveerlo
de este enjambre de avispas
que infectan aún más su sangre
con lempa nostalgia.
¿Qué le digo al alma, mujer,
que te espere
o que de una vez se muera
sin hacer tanto ruido?
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