Fragatas de color amarillo endulzaban las tardes
pinceladas por tus ojos y enmarcadas por mis manos.
Aquellos años, peinada con tu diadema verde
y tus pecas rosas como tulipanes de enero,
asaltabas los charcos de las aceras grisáceas
y correteabas mis pasos hasta la tienda de doña Rosa.
Cuando uno es niño,
el mundo es más pequeño que un durazno,
y el destino cabe en la palma de la mano.
Basta con atravesar la calle
para estar en Rusia,
dar la vuela a la manzana
para estar en Roma
o mirar los ojos que tus gafas ocultaban,
para habitar el cuento que te contaba
donde nos contábamos al lado de las risas.
Recuerdo haber odiado tanto las farolas automáticas
que indicaban el regreso a casa,
las mismas farolas que rompí
la tarde que te fuiste
y no alcancé a decir te quiero,
las mismas farolas que rompí
el día que supe que el mundo
era más grande que el deseo,
las mismas farolas que rompí
con los ojos llenos de miedo,
las mismas farolas que rompí
y seguí rompiendo cada cumpleaños tuyo,
las mismas farolas que rompí
cuando me salió el bigote,
cuando me compré corbatas,
las mismas farolas que rompí
cuando me hice hombre,
cuando me hiciste falta en la almohada,
las mismas farolas que rompí
y seguiré rompiendo,
porque algún demonio extraño
siempre las vuelve a colocar frente a mi puerta,
como labranza de albas,
las mismas farolas
que seguro se apagaron en tu vida
el día que olvidaste el camino
que te llevaba a casa,
a estos brazos.
pinceladas por tus ojos y enmarcadas por mis manos.
Aquellos años, peinada con tu diadema verde
y tus pecas rosas como tulipanes de enero,
asaltabas los charcos de las aceras grisáceas
y correteabas mis pasos hasta la tienda de doña Rosa.
Cuando uno es niño,
el mundo es más pequeño que un durazno,
y el destino cabe en la palma de la mano.
Basta con atravesar la calle
para estar en Rusia,
dar la vuela a la manzana
para estar en Roma
o mirar los ojos que tus gafas ocultaban,
para habitar el cuento que te contaba
donde nos contábamos al lado de las risas.
Recuerdo haber odiado tanto las farolas automáticas
que indicaban el regreso a casa,
las mismas farolas que rompí
la tarde que te fuiste
y no alcancé a decir te quiero,
las mismas farolas que rompí
el día que supe que el mundo
era más grande que el deseo,
las mismas farolas que rompí
con los ojos llenos de miedo,
las mismas farolas que rompí
y seguí rompiendo cada cumpleaños tuyo,
las mismas farolas que rompí
cuando me salió el bigote,
cuando me compré corbatas,
las mismas farolas que rompí
cuando me hice hombre,
cuando me hiciste falta en la almohada,
las mismas farolas que rompí
y seguiré rompiendo,
porque algún demonio extraño
siempre las vuelve a colocar frente a mi puerta,
como labranza de albas,
las mismas farolas
que seguro se apagaron en tu vida
el día que olvidaste el camino
que te llevaba a casa,
a estos brazos.
Cuadro: Desnudo de un guerrero con lanza (Théodore Gericault)
2 comentarios:
Sr. Rovel
Permitame quitarme el sombrero y hacerle una reverencia a su persona, es usted un ser muy especial que con sus excelentes poemas toca las fibras mas sensibles de las personas que tenemos el honor y el placer de leerlo.
No tengo palabras para expresarle la admiracion tan grande que siento por usted
Muchas felicidades
le dejo un abrazo
Ross
¿Cómo decirle a un Poeta que no hay plabras?
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