En el corazón de Dios, el pan de cada día.
Si el milagro de los peces, ayudara a derribar los templos, el demonio blanco con el fondo negro, hace tiempo hubiera claudicado.
Ratzinger, fascista en el pasado pero hipócrita de invierno, reza al dios dinero y fornica con su escapulario, mientras Cristo cruza por el patio.
Helos ahí, arrodillados ante el oro y el diamante, apoyados en bastón de plata adorando a sus becerros de oro, con el grial como semblante.
De sus bocas yerguen las langostas, de sus axilas moscas y de sus ojos granizo mezclado en fuego.
Si el milagro de los peces, ayudara a derribar los templos, el demonio blanco con el fondo negro, hace tiempo hubiera claudicado.
Ratzinger, fascista en el pasado pero hipócrita de invierno, reza al dios dinero y fornica con su escapulario, mientras Cristo cruza por el patio.
Helos ahí, arrodillados ante el oro y el diamante, apoyados en bastón de plata adorando a sus becerros de oro, con el grial como semblante.
De sus bocas yerguen las langostas, de sus axilas moscas y de sus ojos granizo mezclado en fuego.
Cada espíritu que tocan con sus ambiciones y sus culpas, lo embisten de pecados y lo clavan a la angustia, no hay limosna, habrá infierno, no comulgas, no hay remedios.
¡Cristo no es ninguna puta! colérico remedo de padrotes, ojalá cayera el templo sobre ustedes, sobre sus excusas y sus malditas pretensiones.
Cuadro: El Cristo de San Juan de la Cruz (Salvador Dalí)
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