El olvido nos vuelve irreconocibles; no por arrugas, no por distancias y no por palabras necias que salen disparadas del alma.
Ayer te amaba con la fuerza que sólo un adolescente es capaz de expulsar de las líneas de sus manos. Ibas entre la gente caminando y con todas esas masas cálidas paseando a tu lado y el aire seco de esta ciudad que es capaz de enfriar los hombros, te reconocía.
No era sólo el olor de tus pechos paseando como notas musicales a mi piel lo que te distinguía del resto, ni el sabor de tus sueños untándose en mis ojos por las mañanas, ni el simple, pero hermoso sonido del agua ejercitando tus muslos en la cascada urbana de nuestra morada. Eran mis ojos cambiantes en los que permanecías siempre húmeda como la selva viva.
Si reías, reía el mundo, si llorabas era momento de abrazarte; pero nunca permitía a la soledad soplar su aroma de ajo entre tus pestañas.
Los crepúsculos se asomaban entre tus bostezos y era impresionante tocar el cielo a través de tu vagina, hasta que Morfeo nos alcanzaba y enredando nuestra fatiga nos quedábamos quietos, serenos como el desierto.
Ayer te amaba con la fuerza que sólo un adolescente es capaz de expulsar de las líneas de sus manos. Ibas entre la gente caminando y con todas esas masas cálidas paseando a tu lado y el aire seco de esta ciudad que es capaz de enfriar los hombros, te reconocía.
No era sólo el olor de tus pechos paseando como notas musicales a mi piel lo que te distinguía del resto, ni el sabor de tus sueños untándose en mis ojos por las mañanas, ni el simple, pero hermoso sonido del agua ejercitando tus muslos en la cascada urbana de nuestra morada. Eran mis ojos cambiantes en los que permanecías siempre húmeda como la selva viva.
Si reías, reía el mundo, si llorabas era momento de abrazarte; pero nunca permitía a la soledad soplar su aroma de ajo entre tus pestañas.
Los crepúsculos se asomaban entre tus bostezos y era impresionante tocar el cielo a través de tu vagina, hasta que Morfeo nos alcanzaba y enredando nuestra fatiga nos quedábamos quietos, serenos como el desierto.
El olvido nos vuelve irreconocibles María, no por arrugas, no por distancias y no por palabras necias que salen disparadas del alma; sino por este lenguaje en el que ya no te pareces a la que amaba en el pasado y por esta apatía hacia tu cuerpo que ha modificado tanto mis ojos, que ya no se parecen en nada a los ojos que entre la gente y vivos como la selva…podían encontrar tu aroma.
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