Con la llegada del invierno, el calentamiento global, la crisis política y financiera, el desempleo y la inseguridad a nivel nacional, se asomaba cada vez más la posibilidad de que el Partido de los dinosaurios regresara al poder para las futuras elecciones presidenciales, por lo pronto, se acercaban las de mi Estado y sería sin duda alguna el laboratorio del doctor Frankenstein. De ganarlas, seguro retumbaría en todos los pasillos de la política nacional la frase ¡esta vivo, está vivo!
Todas las mañanas llegaba a mi trabajo a leer noticias de personas que habían dejado de existir por diversas causas, de nuevas alzas del precio del dólar, de los elogios al presidente del partido para el que trabajaba y agendas de discursos. Hasta eso, no podía quejarme, mi trabajo era bastante interesante, aunque también exigente con mi tiempo; tanto, que a veces no tenía oportunidad de salir a divertirme más que al café de siempre a platicar con Néstor acerca de poesía.
Por esos días de otoño el mayor suceso fue la muerte de un importante secretario de estado del país. Aquella noche yo estaba en casa de Nadia cenando, cuando prendí la tele y me enteré del suceso. Esa tarde, entre rumores de conspiraciones y las no respuestas, había caído el avión en el que viajaba aquel santito.
En ese momento sonó el teléfono y Nadia contestó. Como de costumbre su plática fue misteriosa y cortante, con los ojos puestos en mí de una manera desafiante. No podía negarlo, estaba nerviosa, se movía de la cocina a la sala y de regreso, mientras yo trataba estúpidamente de no tomarle importancia y creerme el cuento de que era otra "amiga" que no veía hace tiempo.
Cuando por fin colgó, se sentó junto a mí frente al televisor y se recostó en mis piernas.
-¿Ya sabías la noticia?- pregunté
-Sí, pero tenía cosas más importantes en las cuales pensar-
Las primeras versiones apuntaban a un atentado, otras a una avería técnica. En fin, los aviones suelen caer por errores caprichosos, pero que en la mayoría de los casos pudieron evitarse. Una de esas similitudes tienen las relaciones amorosas y las mentiras.
Así me quedé un rato divagando en si los aviones son en verdad el medio de transporte más seguro para viajar y mi vértigo a las alturas.
El resto de la noche observé a Nadia con mayor atención; como se comportaba últimamente, como me abrazaba, como me miraba, como me olía. Quería mentirme a mí mismo. Ella me quería, todo estaba bien, ella me quería...
Ya entrada la madrugada decidí que era hora de irme. Nos levantamos del sillón muy fatigados y me acompañó a la puerta para despedirme con un beso en la mejilla. Nadia y yo estábamos a punto de estrellarnos, sacudidos por una fuerte turbulencia dejada por otro avión. Nosotros (o quizá sólo yo) si caeríamos producto de un atentado y ya no había tiempo de pedir auxilio.
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