es idéntica a los ceniceros;
se recurre a apagar los sueños en ella,
a despojarse de las cenizas que embalsaman el cáncer de la vida cotidiana.
Lo que se deposita en ella,
no son sino las lágrimas de la pasión;
porque si alguien me dispara al alma,
le diré que nuestros sexos también lloran
y si arremeten con mayor descaro, entonces aclaro;
mi ser entero es un lagrimal inmenso...
un universo de infinitas soledades.
Llorar al interior del cenicero industrial
es fumarse la existencia a sorbos...
por eso los poetas buscan tanto a dichas hembras;
la soledad es un mal necesario en sus vidas,
una adicción que se sufre por la boca de las letras.
Mentira decir que se busca salvar a la mujer.
En la industria, el poeta encuentra su corporativismo moral,
su rutina y horario laboral...el génesis de la agonía.
El espíritu del poeta, en concordancia con la oscuridad de la mujer industrial,
es como la cera de una veladora;
dentro del cenicero el poeta se derrite, se consume, se prende a todo;
será capaz de abandonarse a su propia muerte,
pero nunca su sueño de amor será tan real
como el límite de su centauría ontológica.
Que tragedia la del poeta,
vivir por capricho de la muerte,
fumar y llorar de todos lados...
hasta del ombligo.
Porque mientras la mujer industrial comulgue con el deseo
y el consumo...
sólo anhelara una parte del poeta,
su sementerio
y el poeta, su vicio,
su límite entre el prólogo y el epílogo
su teatro mágico...su poesía.
0 comentarios:
Publicar un comentario